Mundos alternos es el primer tomo de ¡El futuro es mujer! ¿Por qué -pensaba yo acordándome del obispo de Ginebra y de su colaboradora- no se debe de reproducir esta unión espiritual? ¿Sin duda no es disparidad mía aspirar a ella, en el momento en que ya se ha visto en la tierra algo tan similar a eso que yo sueño? Esta baronesa mística, que se grabó en el seno, con hierro ardiente, el nombre de Jesús, ¿no enlazó castamente su voluntad, su existencia, a la de un hombre, el muy elegante y delicado autor deFilotea?
Y le solicito que no tarde, que no me lleve a cabo languidecer. Y languidezco, y en ocasiones, un desvanecimiento, un arrobo, me sorprenden en la mitad de la ansiosa espera. Pronto auxilio yo de forma eficaz a Torcuata, con grande alegría y maravilla de la ciega, que no cree mientras bien. Desde el instante en que faltaban los hijos, la cosecha reducía de año en año. Pues las dos mujeres viven de la miel y la cera; son colmeneras, como los demás moradores del valle, y sacan asimismo algún fruto de vender cosecha de plantas aromatizadas a drogueros y herbolarios.
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Me someto a este hombre a quien no amo; me someto a él por el hecho de que puede y sabe más de la ciencia profana que eleva a sus maestros. Analizado y destruido mi viejo ideal, él me promete una vida colmada de altivas satisfacciones; una vida «inimitable», como llamaron a la suya Marco Antonio y la hija de los Lagidas, al unirse para dominar al planeta. Entreveo ese juego atrayente, de que es imagen muy burda el otro juego, del cual se charla aquí y en que salen desplumados los «puntos». Así se lo escribo a Agustín, no en la postalcita que humildemente pidió, sino más bien en una carta amistosa, en que apunta el compañerismo. El motivo para convencerme de que debo escribirle próximamente y largo, es que parece natural enterarle de la acogida que me dispensa la Ambas Castillas, a través de la esquela de presentación, redactada en términos de apremiante interés. Los rasgos continúan aún, bajo el estuco; el pie es curvo, la mano elegante al través de la Suecia; el busto, atrevido, obedece a la pieza maestra del corsé; y en su maceramiento de sesentona, persiste una gracia insolente que yo desearía imitar.
Hay en él una atracción obscura, que de a poco va dominándome. Julián Hernández es gallego y, sin embargo, hipermétrope. Medró en Vigo al unísono que cursaba estudios, y tocó por primera vez una guitarra eléctrica la tarde del 20 de noviembre de 1975.
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Ni sé si me casaré pronto o tarde, ni si lo deseo, ni si lo temo. ¿Qué duerme en el fondo de mi instinto? El día en que no ame, mi dueño podrá exigirme que realice los movimientos cariñosos… El día en que mi pulmón reclame aire bravo, me querrá mansa y solícita… La libertad material no es lo que más sentiría perder. Dentro está nuestra independencia; en el espíritu.
Wyatt Earp y Bat Masterson aparecen en un sinnúmero de libros y películas. La mayoría de los libros son básicamente ficción, incluidos esos que no se publicaron como semejantes. Poseen exageraciones, adornos, comentarios y falsedades puras y duras. Lo mismo pasa con los intentos por llevarlo a la pantalla que se empiezan en 1932, en el momento en que Walter Huston interpreta un papel basado en Wyatt Earp en la película “Law and Order”.
Sus junturas herrumbrosas dijérase que se aceitan, y entre jaleamientos irónicos y risas sofocadas de la multitud campesina que se ha reunido, bailan, haciéndose rajas, las viejecitas. Baila con sus piernas el Pasado, la historia de historia legendaria del agua antigua, donde las moras disolvieron sus encendidas lágrimas… Me sientan entre el tío y el primo, que así como indiscretamente examinó el arranque de mi canilla, ahora registra mi nuca, mi garganta, hunde los ojos en la sombra de mi pelo fosco. Me sirve con aire de rendimiento adorador, y al unísono con despacio cuchufleteo, burlándose de mi apetito. Él come poco; al terminar se levanta aprisa, pide permiso, saca complementos muy distinguidos de fumador y enciende un puro delicioso, de aroma capcioso, que mis sentidos saborean.
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Al recuperar el saber y entender la tremenda verdad, el mal estuvo a punto de terminar también con mi vida. Aquella tristeza honda, aquella postración, eran tributo comprado por mi alma al sufrimiento de semejante pérdida. Se había tronchado la flor hermosa de mis cándidas ilusiones. Los parágrafos que nos consagraban los periódicos, al difundir nuestros retratos (obtenido el mío con estratagemas de pieles rojas cazadores, ya que yo me resistía horripilada a la «información gráfica»), eran de una sensibilidad vehemente, elegíaca.
Así, en 1965 publica Massacre at Goliad, primera novela de una tetralogía que recorre la crónica de la república de Texas desde sus orígenes, y años después se centró en una popular serie de novelas protagonizadas por el cuerpo de los Texas Rangers. Y heme aquí en el vagón de tercera, ruin, sucio, en contacto con la plebe, la gentuza… Puedo sentarme en un banco duro y también incómodo; puedo viajar casi sin ropa, mal pergeñada, respirando el olor bravío de 2 paletos -una especie de indigente y una vieja que abraza un cestón enorme-; puedo hasta extender la mano, pedir un socorro… Lo que no puedo, lo que el capuchino no ha visto que no puedo, es creerme -dentro de mí- al nivel de estos que van conmigo, del que me diera limosna, del que cruza junto a mí… Mientras el tren avanza, temblequeando sobre los raíles, yo ahondo, yo sutilizo mi caso.